El caso kirk
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El disparo que interrumpió la pregunta
Charlie Kirk, figura habitual en debates y conferencias en campus, hablaba sobre la violencia armada en Estados Unidos. Un instante antes de que la tragedia ocurriera, aún debatía cifras con la audiencia: “¿Contando o no la violencia de las pandillas?”, alcanzó a decir antes de que un disparo detuviera su voz.
El golpe sonoro reverberó entre las butacas y transformó lo académico en una escena de pánico. La secuencia fue breve: la detonación, el silencio absoluto, y luego el desconcierto —caras que buscaban señales, teléfonos que temblaban en las manos, la respiración disparada de quienes no sabían si aquello era real.
“Fue surrealista, como si estuviéramos atrapados en un sueño oscuro”, dijo Gavin, estudiante de primer año. “De repente, todos empezaron a rezar… y después a correr”.
La crudeza de la escena quedó grabada en los testigos. Emma Pitts, reportera de Deseret News, describió la imagen que no logra borrar: “Un chorro de sangre brotaba de su cuello. Su cuerpo se desplomó, inerte, y luego sus ojos se cerraron”.
El ataque dejó también una pregunta sobre la seguridad de espacios que deberían ser abiertos al debate. “Nadie revisó nuestras mochilas, nadie escaneó nuestro equipo. No había controles, absolutamente nada”, añadió la periodista, subrayando la vulnerabilidad del lugar.
La tragedia adquirió una dimensión más íntima cuando se confirmó que la esposa y los dos hijos de Kirk se encontraban entre los asistentes; una familia que pasó en minutos de acompañar a un conferenciante a ser testigo directo del horror, según informó el senador de Oklahoma Markwayne Mullins.
En cuestión de segundos, lo que era una conferencia se convirtió en una pesadilla que dejó preguntas abiertas: sobre la facilidad de acceso a las armas, la seguridad en eventos públicos y la frágil línea entre la palabra y la violencia que venga a interrumpirla.
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